Si hay algo que poco le gusta a los gobernantes es tenerse que enfrentar a una reforma tributaria.

Las decisiones que toman los técnicos basados -según ellos- en argumentos de equidad para que los impuestos los paguen los que más pueden no son fáciles de digerir en la opinión pública. Menos aún, cuando el contenido de la propuesta no se destapa en su totalidad, para tener la certeza de por qué se quita de un lado y se pone en el otro.

El costo político termina siendo alto y las reformas entran al Congreso en un estado de tal distorsión, que al final sale de allí cualquier cosa.

Sucede siempre en las que se han tramitado en Colombia, país en el que hay cambios constantes en las reglas de juego para el pago de impuestos y otros temas fiscales, lo que termina generando incertidumbre.